Cuando vivíamos juntos, recuerdo que no quería estar en casa, sentía que afuera había un mundo esperándome pero él solo quería estar frente a la computadora en su estudio, tomando café. Yo le veía a lo lejos y pensaba, como es que ese hombre del que yo me enamoré solo quiere estar ahí. Se excusaba que no tenia tiempo libre porque necesitaba sacar más dinero para apoyarme. Ahora me doy cuenta que era la justificación perfecta para tener su tiempo en soledad y seguir con su ritmo de vida sin que yo reclamara.
Pasó el tiempo y ahora él proponía que saliéramos a lugares sencillos un par de horas y con poca gente, y entonces yo ya no quería, yo tenía planes lejos de casa, lejos de él. Temia que su pasividad contagiara mi inquietud.
Irónicamente, ahora, me gusta estar en casa, no hacer grandes planes, y tomar café en el balcón.
Pero cuando veo el fondo del pasillo no está, ya no tengo a quien ver, y a la casa le falta él, su presencia estática. Que cada que yo entraba a su cuarto, dejaba todo para tomarme entre sus brazos y apretujarme y decirme que me amaba. Y entonces, por un momento pausaba mi mente y solo me llenaba de su amor.
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